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El Imperio de Arshalán es la potencia hegemónica del subcontinente de Kimon y una de las naciones más poderosas de todo Raldamain. Gobernado por el Mhayid, quien es tanto líder espiritual como político, el imperio es la única y más poderosa nación que sigue la religión Mekhatimista, una doctrina fundada por la profeta Mekhatim en el siglo XXXVII. Desde sus humildes orígenes como una comunidad espiritual de refugiados y tribus montañosas unidas, el Imperio de Arshalán ha crecido hasta convertirse en una de las naciones más poderosas de Raldamain, expandiendo su influencia religiosa, cultural y militar en la región.
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La república de Kratoi es el primer estado democrático del continente de Raldamain y
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Diversas como la naturaleza misma, las tierras Shinri son una región única en el continente donde las fronteras entre el mundo espiritual y el humano son especialmente débiles. Esto causa que los espíritus puedan influir en los asuntos materiales y compartir sus poderes con la humanidad, dando lugar a numerosos clanes bendecidos por grandes espíritus que son capaces de canalizar su poder mágico. Aunque antaño estuvieron unificadas bajo un emperador, las Tierras Shinri se encuentran en una era conflicto constante donde los grandes clanes se enfrentan por territorio y poder. Cuenta la leyenda que surgirá un gran héroe capaz de traer la paz y reunificar al pueblo Shinri, pero con el paso del tiempo y tras casi un siglo de guerra este suceso parece cada vez más improbable.
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La más grande entre las naciones de la humanidad, el Imperio de Ustilus se considera a sí mismo como el heredero del Primer Imperio y el elegido de Feyn para unificar la raza humana bajo una única bandera. Su territorio se expande desde las montañas norteñas de Kratoi hasta los eternos desiertos de Tamashkhan, abarcando una gran diversidad de pueblos y territorios unidos por la corona imperial y el credo Feynista. Cuando la era del Triumfo llegó a su conclusión el Imperio parecía invencible y destinado a dominar el mundo con la llegada profetizada de Feyn, pero la repentina desaparición del Dios de la Humanidad acabó con esas esperanzas y arrojó al Imperio a una era de incertidumbre y división.
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